Todos tenemos nuestras zonas vulnerables. Se trata de esas heridas, miedos o sentimientos de vergüenza que nos da vértigo mostrar a los demás. Las mismas que cuando las rozamos nos recuerdan que el sufrimiento y la comodidad están ahí, por mucho tiempo que haya pasado.
Lo que sucede es que nos aterra aceptarlo, saber que puede que nos hagan daño, que no tenemos garantías de nada, que al igual que Aquiles o Superman también tenemos nuestras vulnerabilidades. En nuestra caso, no es nuestro talón ni ninguna kryptonita, sino más bien el miedo a exponernos, la inseguridad o el hecho de experimentar riesgo emocional.
Estos aspectos que tanto nos avergüenzan y que, en ocasiones, terminamos por evitar, o incluso negar, son necesarios para ser...