Quiero compartir mi experiencia personal con ustedes. Tuve que empezar a trabajar a los 18 años, ya que me fui de casa porque ni mi madre ni mi padre me apoyaron en mi identidad de género. Comencé con trabajos de cara al público, con contratos temporales y precarios. En 2017, entré a trabajar en una tienda de una compañía telefónica y estuve allí hasta diciembre de 2022, cuando me despidieron por cambios en la directiva (aunque ya estaba cansada, porque con el cambio también alteraron las condiciones laborales). Durante ese tiempo estuve bastante cómoda, aunque tuve varias discusiones con compañeros y compañeras, ya que solía ser bastante altiva y siempre quería tener la razón. Con el tiempo, esa actitud cambió, imagino que por la madurez y la edad. Tenía un sueldo fijo y comisiones si alcanzaba los objetivos de ventas, lo que me permitía llevar una vida relativamente cómoda, sobre todo porque en Canarias la mayoría de los trabajos están en el sector servicios y son muy mal pagados.
Tras mi despido, un primo de mi novio me consiguió una entrevista en otra tienda de telecomunicaciones, pero yo no quería seguir en ese sector; quería estudiar algo relacionado con la educación. Sin embargo, estaba muy agobiada y ansiosa por estar en paro tras tanto tiempo trabajando. Mi obsesión con el trabajo era excesiva: no cogía vacaciones, pedía que me las pagaran y me conectaba desde el móvil nada más levantarme para revisar los objetivos. Al final, realicé la entrevista y me contrataron. Los dos primeros meses fueron bien, pero después, entre mi autoexigencia para no sentirme inútil o inferior a los demás, la presión constante de los supervisores (por Teams, llamadas y correos durante toda la jornada), mi autoexigencia, me sentía una mierda por la comparación entre compañeros, y al salir del trabajo estaba siempre pensando en el trabajo y mi dificultad para integrarme con el equipo, terminé cogiéndome una baja. Estuve casi 10 meses de baja y, cuando intenté reincorporarme, solo aguanté tres meses antes de volver a caer. Ahora estoy en situación de prórroga.
Mi dilema es el siguiente: en Canarias, los empleos están muy mal pagados, el coste de vida ha subido mucho y la estabilidad y condiciones económicas del trabajo que tengo (dietas, kilometraje, convenio colectivo propio, sindicato y un buen sueldo) son difíciles de encontrar. Siento impotencia y rabia al pensar que, si me deniegan la incapacidad, no seré capaz de volver a trabajar ahí y tendré que dejar ese empleo, arriesgándome a no encontrar algo mejor. Ademas me gustaría tener cierta seguridad económica mientras sigo estudiando.
Entonces, mi dilema es: ¿pasar mal seis horas al día y tener 16 horas de comodidad y estabilidad, o dejar el trabajo por mi salud mental? Ya he intentado dos veces encajar y no lo he conseguido. No sé si una tercera vez sería diferente.