AgustinCasas
Usuario
Por contraste, me vienen a la cabeza nuestras noches etílicas. Aquel pasado remoto en el que me creía relevante. Eran para mí ocasiones de un profundo recogimiento, nos tratábamos con exquisita delicadeza. Pero el alcohol te calentaba la elocuencia y, con ella, expresabas lo poco trascendente de tus sentimientos. Algo práctico, casi burdo. Se constataba que yo era para ti poco más o menos un cobijo. Techo y compañía. Quizás sustento. Recuerdo una arremolinada, vertiginosa y precipitada congoja que yo disimulaba yendo a mear. Sólo he vertido el llanto contigo sintiéndome una pieza de Ikea. Asesor y confidente. Con un sentimiento nimiamente correspondido se concitaba una creciente responsabilidad hacia tu persona en mí. De amarte con todas mis perversiones y pasión fue permeabilizando un amor maternal. Tú eras la indolente hija, yo la madre que lucha por sentirse orgullosa. Hacerte ver que te trata mejor la vida si tienes un oficio. Que hay que ir a dormir temprano y levantarse por la mañana. Ejercitarse. Comer bien. No permitir que te gobiernen los prejuicios. Que las personas no tienen que ser como nos gustaría y está bien que así sea. El problema es que a mí ya nadie me veía...
Tampoco sería tan terrible de no ser porque, por fin, me di cuenta de que yo fui ese mismo tipo de hijo para mi madre. Y también ella tuvo que remangar, dolorosamente, sus expectativas conmigo. ¡Qué poco galardón recibió de mí la madre mía! Y ahora tengo que vivir con eso. ¡Gracias, machismo!
Tampoco sería tan terrible de no ser porque, por fin, me di cuenta de que yo fui ese mismo tipo de hijo para mi madre. Y también ella tuvo que remangar, dolorosamente, sus expectativas conmigo. ¡Qué poco galardón recibió de mí la madre mía! Y ahora tengo que vivir con eso. ¡Gracias, machismo!