Hay quien, si se pone riguroso, lleva viviendo como diez años dentro de una depresión. Sí, suceden un par de meses de bonanza, parece que toma la iniciativa pero se trunca después. Recibirá algún que otro martillazo en su entusiasmo que despojará de color al vídeo de su existencia. Y así, idas y venidas, visitas al subsuelo, pequeñas reacciones que le ponen al borde de la funcionalidad, tropiezos y vueltas a empezar.
Desde hace algún tiempo piensa en incorporar a su abúlica vida algo que le permita mantener un ritmo, una pequeña intención, quizás una coartada, ya ni sabe exactamente qué. Pero es importante para él dejar un rastro tras de sí, conseguir que alguien sepa de su existencia, dar un apoyo, fingir que se cree relevante.
El lunes volverá a intentar romper la inercia, un largo paseo, nadar un par de quilómetros, poner música a algún poema conmovedor, repasar la filosofía para el curso que viene. No es imposible que esta vez no se cierna sobre él una dolorosa enfermedad incapacitante, una calamidad o vierta el infame y sarcástico sino algún hecho inevitable sobre su existencia. Nadie puede afirmar que ésta no sea la vez que lo consiga, ¿no?