Hola, Crisola. Quiero empezar diciendo que he leído tus mensajes sobre cómo te sentís y has sentido últimamente y me alegra saber que has decidido volver a terapia después de habértelo preguntado y haberte propuesto el estar sola por un tiempo. Me parece, la opción más acertada ahora que parece que tienes un montón de dudas y sientes un dolor intensificado de forma incesante. Los terapeutas -si bien no deshacen quizá el vacío quemador en nuestros adentros- sí que nos brindan cuando menos, un espacio en donde desbordarnos al contar todo aquello que podemos decir sobre nuestras emociones, y en un buen caso, validarán nuestro sentir y nos darán guianza sobre dónde alumbrar el camino especialmente en esos casos en que pareciera que no podemos ver nada. Eso no significa que siempre dependerá de un terapeuta para vislumbrar hacia dónde dar el siguiente paso. Eso significa que estás atendiendo tu necesidad actual de ser escuchada y expresar lo que sientes y de atender aquello que más se pasa por tu mente.
Ahora bien, volviendo a tu pregunta inicial, quiero que sepas que existió, hace no mucho tiempo, una persona que hizo todo lo posible por vivir independiente, por salirse de su hogar en el que sus necesidades básicas estaban cubiertas pero había sido violentada emocional y psicológicamente... Así que bueno, ella trabajó y estudió al tiempo y, para cumplir con todo a la vez fumaba porros al desayuno, para cocinar, para trabajar, para ir a clases, para comer -por supuesto- para verse con gente, para dormir, para "leer", para "escribir", y para cualquier excusa que le permitiera seguir su círculo de dependencia...
Estuve tan cerca de esa persona que puedo llamarla mi amiga y sentir compasión por ella. Porque sufría, porque se exponía a prácticas de riesgo sexuales en su búsqueda incesante de placer momentáneo. Era inconcebible para ella pensar en una realidad posible donde la marihuana no le diera la mano constantemente cada día de su vida (especialmente en los momentos más vulnerables). Era inconcebible pensar que pudiera conseguir dopamina sin armar un porro y fumarlo mientras escuchaba música y con lo que llevaba puesto se quedaba dormida ahí mismo.
Era inconcebible que mi amiga dejara de existir de la forma en que lo hacía.
Y a decir verdad, no sólo ella lo creía inconcebible, también sus familiares y amistades a su alrededor lo hacían. Ella se relacionaba
trabada con el mundo, era su fiel compañía para afrontar la vida, los sentimientos, las heridas de abuso, el vacío en el pecho, la rutina materialista, el malestar y... también el bienestar, la euforia, la alegría desmedida. Era su apaciguador, su adormilador por excelencia. A veces intentaba alejarse de su anestesia, intentaba dejarla...pero entonces se veía con su padre invalidante y narcisista (que siempre había respondido económicamente por ella excepto hasta cuando ella se fue de la casa) y la pelea, y con ella su afán por defenderse, volvían. La verdad es que la conocí bien, se sentía culpable por no comer y eventualmente...por no tener hambre. Tanto así, que como sabía que no tenía apetito, fumaba para sentir culpa por fumar en vez de comer y entonces la culpa -y nada más que la culpa- la hacía levantarse y sacar un frasco de yogurt de la nevera y dejarlo en el escritorio, sin abrirlo, justo en frente de donde armaba sus porros para seguir fumando, hasta que, eventualmente después de tenerlo en frente y seguir fumando, la culpa la haría abrirlo y eventualmente probarlo.
Mi amiga sufrió más de lo que quería. Porque sí, en ocasiones sólo quería revolcarse en el lodo, quedarse a habitar en el suelo, ponerse en riesgo, negarse la posibilidad de comer, perder su dignidad por alguien que hace diez años la amó y que hace ocho dejó de hacerlo. Pero, para sorpresa mía y de mi amiga, ese último choque, esa última pérdida de dignidad al rogarle a una persona que la amara, la llevó a tocar con sus manos el fondo del vacío, el fondo del dolor que constantemente cubría con humo.
Mucho antes de que ella lo supiera, hubo alguien que creyó que ella podría tener un estilo de vida diferente, una vida donde su alma dejara de llorar desconsoladamente. La verdad es que Dios, el mismo que la había alentado a irse para validar sus necesidades emocionales, la llevó, poco a poco, y con diálogo y terapia de por medio, a volver a vivir en casa de sus padres, quienes también habían aprendido de su experiencia y ahora eran más receptivos a sus emociones. Dios se acercó y tocó el alma que no se dejaba tocar por nadie, sino por los recuerdos añejos de su expareja mientras se relacionaba con cuerpos ajenos, extraños, íntimamente lejanos a ella. Un buen día le pidió a Dios que le ayudara a dejar la marihuana, ella empezó a fumar en vez de porros, pipazos, habían siempre buenos y malos días, pero empezó a creer que podía, aunque ese momento no fuera cuándo. Se trataba de creer que podría para realmente poder. Se trataba de decir "ya no fumo" mientras en la noche se echaba los pipazos. Se trataba de ejercitarse por primera vez en el gimnasio pensando en salir a fumar después. Se trató de cambiar de marihuana regular a marihuana orgánica porque era menos adictiva (y más costosa), y de pelearse con Dios cuando, de las dos bolsitas que guardó en el bolso, sólo le dejó una, porque de la otra, aún al día de hoy, no se sabe cómo se perdió.
Un buen 1 de diciembre del 2023 mi amiga dejó de fumar para siempre, fue más sencillo de lo que había pensado y de lo que había sido en otros momentos de abstinencia. Su vida cambió en más formas de las que había visualizado. Tanto, que le debo a mi amiga el haber dado su vida para que yo, la Ana del 2024, empezara a existir

. Le debo el haber creído que una versión distinta y con más autoestima pudiera existir, porque existe, soy yo.