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Zaira
AUTOCONTROL EMOCIONAL A TRAVÉS DEL RAZONAMIENTO
''El hombre no se ve afectado por los acontecimientos, sino por la visión que tiene de ellos''. Epiceto. (Filósofo griego del siglo I).
Ciertamente las emociones son consecuencia de las ideas, no de los hechos. Entre el hecho y la emoción que se provoca, media la real o irreal apreciación mental del mismo: INTEPRETACIÓN COGNITIVA.
Cognitivo viene de cognición: Conocimiento, raciocinio, razonamiento, pensamiento, etc.
Un estímulo ambiental que actúe sobre la persona puede hacerlo de dos maneras:
1) Que la persona sea consciente de ello, lo vea venir o lo prevenga. En este caso, primero lo interpreta (lo elabora mentalmente) y, según esa interpretación, se activa su sistema físico-emocional experimentando una determinada emoción. Esta emoción será agradable o desagradable según se perciba (se interprete) el estímulo como placentero o nocivo.
Ejemplo:
Una persona, caminando por una calle solitaria, ve venir a otra.
· Puede pensar: ''Ése que viene parece un delincuente y me va a atacar''. ALARMA>MIEDO
Automáticamente se activa su sistema físico-emocional produciendo ANSIEDAD Y ANGUSTIA.
· O puede pensar: ''Ése que viene se parece a mi amigo y me va a saludar''. TRANQUILIDAD>CALMA.
Automáticamente se activa su sistema físico-emocional produciendo DISTENSIÓN Y RELAJACIÓN.
El estímulo ambiental es el mismo: Otra persona viene. La interpretación positiva o negativa del estímulo determina su respuesta de miedo o calma. Si una persona interpreta un suceso como peligroso, siente miedo. Si lo interpreta como inofensivo, siente calma.
2) SENTIMOS SEGÚN PENSAMOS
Que la persona no sea consciente, o no le dé tiempo a serlo, del estímulo ambiental. En este caso tiene lugar una activación físico-emocional antes de ser consciente del estímulo provocador. Entonces, la persona, lo primero que interpreta es dicha emoción y reacciona según esa interpretación.
Ejemplo:
Un amigo se acerca a otro por detrás y le da un golpe amistoso en la espalda y a modo de saludo. Éste, automáticamente, se vuelve en actitud agresiva poniéndose en guardia. Al reconocer a su amigo, baja la guardia y sonríe.
El primer y desprevenido estímulo que recibió fue de ser atacado; y automáticamente, su sistema físico-emocional se activó en el sentido de la defensa. La primera reacción fue de cólera; pero posteriormente y de forma racional modifica la respuesta. Si una persona interpreta una activación corporal (emoción) como síntoma defensivo o agresivo, sentirá agresividad y actuará en función a ello.
ACTUAMOS SEGÚN SENTIMOS
La emoción sentida depende de la interpretación del pensamiento. Si cambiamos de pensamiento, cambiamos de emoción.
EL MIEDO AL PROPIO MIEDO
A lo largo del día, percibimos una sucesiva cadena de estímulos. Los ''positivos'' no nos preocupan; puesto que nos provocan reacciones placenteras. Incluso, por este motivo, los buscaremos, facilitaremos y potenciaremos.
Pero también los hay ''negativos'', que provocan reacciones fisiológicas displacenteras o desagradables. El proceso de racionalización filtra, modula y a veces nos protege de estos estímulos. Cuando los vemos llegar con suficiente antelación, somos capaces de ''preparar el cuerpo'' (acondicionamiento fisiológico) para recibirlos; con agrado o desagrado según la calificación que les demos.
Vamos a ceñirnos a los acontecimientos desagradables; que, en principio, son los preocupantes.
Si vemos acercarse un estímulos, presuntamente amenazante, con la suficiente antelación, nuestro organismo prepara una ''carga'' de respuesta acorde con la necesidad. Esta respuesta es la que llamamos ansiedad, y suele ser proporcional al estímulo causante.
Pero, a veces, el estímulo tal vez nos sorprenda de improviso o tal vez tiene especial relevancia para nosotros o quizás actúe de forma subliminal o subconsciente. En este caso es probable que se ''dispare'' toda la reserva de ansiedad por si acaso es necesaria. Y también es probable, entonces, que tal descarga tan exagerada y sin objetivo claro, nos asuste en sí misma.
En otras palabras: cuando un estímulo ambienta y provocador de alarma actúa sobre nosotros tiene lugar una activación corporal que se manifiesta en forma de ansiedad.
Si somos conscientes de dicho estímulo y capaces de reaccionar ante él (bien denominándolo o bien huyendo de él), la ansiedad se descarga (se desgasta) con dicha actuación .
Pero, a veces, la activación corporal es tan fuerte que nos asusta desplazando la atención desde el estímulo causante hacia la propia activación. Ésta, a su vez, actúa como nuevo estímulo alarmante provocando aún más activación corporal. De esta manera se cierra un ''círculo vicioso'' de retroalimentación interpretativa que exagera o mantiene el proceso.
Se ha instaurado así un nuevo temor: el miedo a los propios síntomas del miedo.
Un ejemplo práctico sería:
Una persona siente ansiedad ante un examen. Dicha ansiedad le provoca una aceleración del ritmo cardíaco (taquicardia). Esta persona, al sentirla, comienza a asustarse pensando que su corazón va a fallar o le va a dar un infarto. Este miedo le genera aún más ansiedad aumentando su taquicardia. Se ha establecido el círculo de retroalimentación. Ya no es el examen el que provoca el miedo, sino la sensación cardíaca que no es más que un síntoma del propio miedo al examen.
Ha tenido lugar una pérdida (desviación) del objeto de atención y, por lo tanto, una pérdida de control de la situación .
Es decir: Una persona, ante un acontecimiento negativo:
1) Desencadena y percibe una activación fisiológica (ansiedad).
2) Trata de interpretar la sensación (ansiedad = alarma).
3) Necesita atribuír esta percepción a una causa externa (ambiental) o interna (fisiológica-corporal).
4) Si es externa, actúa enfrentándose o huyendo de ella.
5) Si cree que es interna, como la sensación es desagradable, piensa que la causa ha de ser negativa y posiblemente una enfermedad.
6) Se activa la alarma. Consecuencia: miedo.
7) El miedo, a su vez, genera más activación, más ansiedad.
8) Se cierra el ''círculo vicioso''.
En principio, todo este proceso es automático e instintivo. Es un sistema general de adaptación. Pero podemos aminorarlo e incluso detenerlo mediante la racionalización.
CONTROL RACIONAL DE LA ANSIEDAD
Partamos de un ejemplo:
Un ratón, ante la presencia de un gato, sale corriendo.
El ratón no es consciente racionalmente del peligro. No piensa ''el gato me puede cazar''. Tan sólo responde a un instinto de conservación programado en su sistema nervioso.
Probablemente, si el gato fuera disecado, provocaría la misma respuesta. El ratón no siente miedo (en el sentido humano), siente la ansiedad en forma de activación fisiológica que le pone en marcha hacia la huida.
Los seres humanos ''heredamos'' de los animales este instinto de conservación. Determinados estímulos, presuntamente peligrosos, desencadenan respuestas fisiológicas automáticas de adaptación. Respuestas cuya misión es preparar el cuerpo para la lucha o para la huida; las dos únicas opciones que tenemos ante un peligro. Pero, a diferencia del ratón, son racionalizadas y tomamos conciencia de ellas. Utilicemos, entonces, esta facultad que tenemos para manejar la ansiedad cuando nos está perturbando.
Veamos un ejemplo de cómo el pensamiento, la racionalización de los hechos, puede actuar sobre la ansiedad:
Supongamos que un bromista nos lanza encima una gran araña de plástico. La primera impresión que sentiríamos sería de ansiedad, en forma de repulsión, asco o miedo. Todo nuestro organismo se pondría en guardia.
Posteriormente, al comprobar que era inofensiva, automáticamente bajaríamos la guardia. Habría tenido lugar un proceso de racionalización, un automensaje a través del pensamiento: ''Tranquilo, no hay peligro, tan sólo es de plástico''.
La racionalización frena y anula la ansiedad desencadenada.
Imaginemos, ahora, que el bromista nos avisa previamente de sus intenciones. ¿Sería igual nuestra respuesta que en el supuesto anterior? Evidentemente, no. Si estamos advertidos con la suficiente antelación, nos da tiempo a pensar en lo inofensivo de la broma y es muy probable que ni siquiera sintamos un mínimo de ansiedad. La racionalización, una vez más, anula la ansiedad incluso antes de producirse.
En ambos casos el estímulos es el mismo. Sólo nuestro pensamiento (''peligroso'' o ''inofensivo'') determina que se instaure o se detenga la ansiedad. Nuevamente, podemos afirmar que sentimos según pensamos.
Y, volviendo a la cadena que ya conocemos, podemos romperla controlando uno a uno cada uno de los tres eslabones previos:
1) Nuestra actuación controla el estímulo, enfrentándonos o huyendo de él.
2) Nuestro raciocinio controla los pensamientos negativos.
3) La relajación y/o la medicación, controlan la reacción fisiológica desagradable.
''El hombre no se ve afectado por los acontecimientos, sino por la visión que tiene de ellos''. Epiceto. (Filósofo griego del siglo I).
Ciertamente las emociones son consecuencia de las ideas, no de los hechos. Entre el hecho y la emoción que se provoca, media la real o irreal apreciación mental del mismo: INTEPRETACIÓN COGNITIVA.
Cognitivo viene de cognición: Conocimiento, raciocinio, razonamiento, pensamiento, etc.
Un estímulo ambiental que actúe sobre la persona puede hacerlo de dos maneras:
1) Que la persona sea consciente de ello, lo vea venir o lo prevenga. En este caso, primero lo interpreta (lo elabora mentalmente) y, según esa interpretación, se activa su sistema físico-emocional experimentando una determinada emoción. Esta emoción será agradable o desagradable según se perciba (se interprete) el estímulo como placentero o nocivo.
Ejemplo:
Una persona, caminando por una calle solitaria, ve venir a otra.
· Puede pensar: ''Ése que viene parece un delincuente y me va a atacar''. ALARMA>MIEDO
Automáticamente se activa su sistema físico-emocional produciendo ANSIEDAD Y ANGUSTIA.
· O puede pensar: ''Ése que viene se parece a mi amigo y me va a saludar''. TRANQUILIDAD>CALMA.
Automáticamente se activa su sistema físico-emocional produciendo DISTENSIÓN Y RELAJACIÓN.
El estímulo ambiental es el mismo: Otra persona viene. La interpretación positiva o negativa del estímulo determina su respuesta de miedo o calma. Si una persona interpreta un suceso como peligroso, siente miedo. Si lo interpreta como inofensivo, siente calma.
2) SENTIMOS SEGÚN PENSAMOS
Que la persona no sea consciente, o no le dé tiempo a serlo, del estímulo ambiental. En este caso tiene lugar una activación físico-emocional antes de ser consciente del estímulo provocador. Entonces, la persona, lo primero que interpreta es dicha emoción y reacciona según esa interpretación.
Ejemplo:
Un amigo se acerca a otro por detrás y le da un golpe amistoso en la espalda y a modo de saludo. Éste, automáticamente, se vuelve en actitud agresiva poniéndose en guardia. Al reconocer a su amigo, baja la guardia y sonríe.
El primer y desprevenido estímulo que recibió fue de ser atacado; y automáticamente, su sistema físico-emocional se activó en el sentido de la defensa. La primera reacción fue de cólera; pero posteriormente y de forma racional modifica la respuesta. Si una persona interpreta una activación corporal (emoción) como síntoma defensivo o agresivo, sentirá agresividad y actuará en función a ello.
ACTUAMOS SEGÚN SENTIMOS
La emoción sentida depende de la interpretación del pensamiento. Si cambiamos de pensamiento, cambiamos de emoción.
EL MIEDO AL PROPIO MIEDO
A lo largo del día, percibimos una sucesiva cadena de estímulos. Los ''positivos'' no nos preocupan; puesto que nos provocan reacciones placenteras. Incluso, por este motivo, los buscaremos, facilitaremos y potenciaremos.
Pero también los hay ''negativos'', que provocan reacciones fisiológicas displacenteras o desagradables. El proceso de racionalización filtra, modula y a veces nos protege de estos estímulos. Cuando los vemos llegar con suficiente antelación, somos capaces de ''preparar el cuerpo'' (acondicionamiento fisiológico) para recibirlos; con agrado o desagrado según la calificación que les demos.
Vamos a ceñirnos a los acontecimientos desagradables; que, en principio, son los preocupantes.
Si vemos acercarse un estímulos, presuntamente amenazante, con la suficiente antelación, nuestro organismo prepara una ''carga'' de respuesta acorde con la necesidad. Esta respuesta es la que llamamos ansiedad, y suele ser proporcional al estímulo causante.
Pero, a veces, el estímulo tal vez nos sorprenda de improviso o tal vez tiene especial relevancia para nosotros o quizás actúe de forma subliminal o subconsciente. En este caso es probable que se ''dispare'' toda la reserva de ansiedad por si acaso es necesaria. Y también es probable, entonces, que tal descarga tan exagerada y sin objetivo claro, nos asuste en sí misma.
En otras palabras: cuando un estímulo ambienta y provocador de alarma actúa sobre nosotros tiene lugar una activación corporal que se manifiesta en forma de ansiedad.
Si somos conscientes de dicho estímulo y capaces de reaccionar ante él (bien denominándolo o bien huyendo de él), la ansiedad se descarga (se desgasta) con dicha actuación .
Pero, a veces, la activación corporal es tan fuerte que nos asusta desplazando la atención desde el estímulo causante hacia la propia activación. Ésta, a su vez, actúa como nuevo estímulo alarmante provocando aún más activación corporal. De esta manera se cierra un ''círculo vicioso'' de retroalimentación interpretativa que exagera o mantiene el proceso.
Se ha instaurado así un nuevo temor: el miedo a los propios síntomas del miedo.
Un ejemplo práctico sería:
Una persona siente ansiedad ante un examen. Dicha ansiedad le provoca una aceleración del ritmo cardíaco (taquicardia). Esta persona, al sentirla, comienza a asustarse pensando que su corazón va a fallar o le va a dar un infarto. Este miedo le genera aún más ansiedad aumentando su taquicardia. Se ha establecido el círculo de retroalimentación. Ya no es el examen el que provoca el miedo, sino la sensación cardíaca que no es más que un síntoma del propio miedo al examen.
Ha tenido lugar una pérdida (desviación) del objeto de atención y, por lo tanto, una pérdida de control de la situación .
Es decir: Una persona, ante un acontecimiento negativo:
1) Desencadena y percibe una activación fisiológica (ansiedad).
2) Trata de interpretar la sensación (ansiedad = alarma).
3) Necesita atribuír esta percepción a una causa externa (ambiental) o interna (fisiológica-corporal).
4) Si es externa, actúa enfrentándose o huyendo de ella.
5) Si cree que es interna, como la sensación es desagradable, piensa que la causa ha de ser negativa y posiblemente una enfermedad.
6) Se activa la alarma. Consecuencia: miedo.
7) El miedo, a su vez, genera más activación, más ansiedad.
8) Se cierra el ''círculo vicioso''.
En principio, todo este proceso es automático e instintivo. Es un sistema general de adaptación. Pero podemos aminorarlo e incluso detenerlo mediante la racionalización.
CONTROL RACIONAL DE LA ANSIEDAD
Partamos de un ejemplo:
Un ratón, ante la presencia de un gato, sale corriendo.
El ratón no es consciente racionalmente del peligro. No piensa ''el gato me puede cazar''. Tan sólo responde a un instinto de conservación programado en su sistema nervioso.
Probablemente, si el gato fuera disecado, provocaría la misma respuesta. El ratón no siente miedo (en el sentido humano), siente la ansiedad en forma de activación fisiológica que le pone en marcha hacia la huida.
Los seres humanos ''heredamos'' de los animales este instinto de conservación. Determinados estímulos, presuntamente peligrosos, desencadenan respuestas fisiológicas automáticas de adaptación. Respuestas cuya misión es preparar el cuerpo para la lucha o para la huida; las dos únicas opciones que tenemos ante un peligro. Pero, a diferencia del ratón, son racionalizadas y tomamos conciencia de ellas. Utilicemos, entonces, esta facultad que tenemos para manejar la ansiedad cuando nos está perturbando.
Veamos un ejemplo de cómo el pensamiento, la racionalización de los hechos, puede actuar sobre la ansiedad:
Supongamos que un bromista nos lanza encima una gran araña de plástico. La primera impresión que sentiríamos sería de ansiedad, en forma de repulsión, asco o miedo. Todo nuestro organismo se pondría en guardia.
Posteriormente, al comprobar que era inofensiva, automáticamente bajaríamos la guardia. Habría tenido lugar un proceso de racionalización, un automensaje a través del pensamiento: ''Tranquilo, no hay peligro, tan sólo es de plástico''.
La racionalización frena y anula la ansiedad desencadenada.
Imaginemos, ahora, que el bromista nos avisa previamente de sus intenciones. ¿Sería igual nuestra respuesta que en el supuesto anterior? Evidentemente, no. Si estamos advertidos con la suficiente antelación, nos da tiempo a pensar en lo inofensivo de la broma y es muy probable que ni siquiera sintamos un mínimo de ansiedad. La racionalización, una vez más, anula la ansiedad incluso antes de producirse.
En ambos casos el estímulos es el mismo. Sólo nuestro pensamiento (''peligroso'' o ''inofensivo'') determina que se instaure o se detenga la ansiedad. Nuevamente, podemos afirmar que sentimos según pensamos.
Y, volviendo a la cadena que ya conocemos, podemos romperla controlando uno a uno cada uno de los tres eslabones previos:
1) Nuestra actuación controla el estímulo, enfrentándonos o huyendo de él.
2) Nuestro raciocinio controla los pensamientos negativos.
3) La relajación y/o la medicación, controlan la reacción fisiológica desagradable.