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A ver que os parece... (Nueva novela)

Desenfocado

Usuario veterano
Comparto con vosotros un capítulo de la novela que estoy escribiendo y que espero (procrastinando que es gerundio) terminar el primer trimestre del próximo año.


CAPÍTULO IV
Carmencita y las tres familias

Se incorporó, pues se hallaba postrado boca abajo. No le fue fácil, para ello hubo de quitarse una especie de moco que lo mantenía fijado al suelo adoquinado. Tras sacudirse someramente el polvo que cubría su rostro y su cuerpo, pudo escuchar un jadeo de excitación que solo cesó en su constancia para convertirse en una ruda y varonil voz que le hablaba con deferencia y atención.

—¡Qué alegría, mi señor!

—¡Coño, Golondrinos, llevo toda la mañana buscándote!

—¡Pensé que no se despertaría usted, dos horas lamiéndole la cara….!

—Dime, saco de pulgas, ¿dónde estamos?

El caniche blanco le explicó que se encontraban justo ante la entrada del mercado, principal centro económico de aquella villa que comenzaba a florecer tras años de hambrunas.

Praxíteles no se inmutó por encontrarse ante un mercado tan parecido al de aquellas películas con títulos tan casposos como: La cruz y la espada o El caballero sin honor, en las que hábiles espadachines y arqueros infalibles desplegaban todos sus encantos, salvando al populacho analfabeto y sucio pero, no obstante, humilde y agradecido. ¡Cuántos domingos por la tarde había llenado su existencia viendo aquellos folletines baratos! Tampoco mostró extrañeza porque el perro de su madre le estuviese hablando y se hubiese convertido en una suerte de guía y siervo.

—Mi señor, antes de adentrarnos en esta ratonera, he de prevenirle que se ande usted con mucho ojo, pues no son pocos los que saben ya que Ella quiere verle.

—¿Ella?

—¡Síiiii, Ella, Ella, la que flota en un mar de luz! —contestó nervioso, perdiendo la compostura que hasta el momento le había acompañado.

—¿Y qué habría yo de temer? —preguntó crecido al saberse por primera vez en su vida requerido —gratuitamente— por una mujer.

—Un momento —se alejó un par de metros y, en lo que parecía ser el poste que marcaba la entrada al mercado, orinó.

Entonces le pidió que se sentaran en un banco de piedra mientras él lo hacía en el suelo, y al mismo tiempo que movía el rabo le dijo:

—Deje que antes de que entremos le explique cómo están las cosas ahora mismo.

—Proceda, proceda, Golondrinos —ordenó con displicencia, cada vez más a gusto con su nuevo rol.

El perro le describió un Ciménade en ebullición, en el que después de unos años de malas cosechas empezaba a levantar cabeza. En el resurgir de Ciménade, mucho habían tenido que ver las tres familias más poderosas: los Catapuercas, los Bermutillo y los Estúltez.

—Los reconocerás por su aspecto físico y por el color de la familia que cada uno lleva bordado en las solapas de sus camisas o en el ala de sus sombreros.

Praxíteles se limitó a asentir, así que el caniche continuó con su relato, explicándole que los Catapuercas tenían una frente prominente con el entrecejo profusamente poblado y su color era el amarillo; que los Bermutillo lucían el rojo, eran de blanca piel, nariz aguileña y grandes ojos saltones y que los Estúltez eran rencorosos y desconfiados, no en vano su color era el negro y se jactaban de que en su familia jamás hubo un hombre calvo, y por este motivo todos sus miembros lucían largas y oscuras cabelleras. Antes de la gran sequía, las tres familias, que poseían el ochenta por ciento de tierras que no eran ni de la Iglesia ni del Conde Germán el Conjugado, solían llevarse bastante bien y el statu quo parecía asegurado, afirmó el señor Golondrinos buscando la aprobación de su señor. Pero Praxíteles había dejado de escucharle. Toda su atención estaba puesta en su reloj Casio, que parecía haberse detenido a las diez en punto de la mañana, justo en el momento en el que entró en aquella mercería, aunque ahora aquel recuerdo parecía difuso y no acababa de materializarse con fuerza en su cabeza. El perro ignoró su desatención y prosiguió con su relato. Tras diez años sin que apenas lloviera, los Bermutillo, durante los tiempos de bonanza se habían preocupado de construir una serie de pozos y estanques y, tras cinco años sin que una gota cayera del cielo, sus campos fueron los únicos que a duras penas producían algo, un poco de trigo, garbanzos y olivos. Insuficiente para la gran demanda que había en la zona, pues si eran tres las grandes familias poseedoras de tierra, muchas más eran las gentes que trabajaban para ellos, para la diócesis o para el Infante Casiopeo Altamira —mano derecha del Conde Germán el Conjugado, y más malo que la víbora más mala, según la explicación de Golondrinos.

—¿Le queda mucho a esta historia? —preguntó Praxiteles, cuyo olfato había detectado unos efluvios de carne frita y cerveza rancia provenientes del mercado.

—¡No me interrumpa, mi noble señor! —respondió molesto—. Las ordenes me las dio Ella: “recuerda, adorable perrito blanco, recoge a tu dueño. Durante un tiempo serás su sombra, protégela y háblale de aquello que creas que deba saber, pues no sabe quiénes son sus enemigos”. Ella me habló en sueños y me dijo que su futuro y el de Ciménade dependían de las palabras que este humilde servidor le está dedicando.

Praxíteles, intrigado más por la aparición de nuevo de aquella misteriosa mujer que por las guerras internas y los inconvenientes de la agricultura de secano, venció la tentación de levantarse e ir en busca de las esencias que su afilado olfato había descubierto y le ordenó que prosiguiera.

—Le decía… que los Bermutillo empezaron a ganar cada vez más dinero, pero aun pudiendo subir los precios —siempre han sido gente de noble corazón y espíritu— no lo hicieron. La diócesis le dio la espalda al pueblo y lo poco que sus yermas tierras daban se lo quedaron para ellos; otro tanto sucedió con los campos del Conde, que siendo valido del rey no había de preocuparse de que ni él ni los suyos pasaran hambre. Quedaron pues las otras dos familias. Ambas maldecían, primero en secreto, y luego ya de forma pública y notoria, la fortuna de los Bermutillo. Pero era de sus campos y no del de los Negros y los Amarillos de donde comía toda la comarca. Escaso era el sustento que apenas cubría los platos y aún más escasos los jornales, mas en aquellas fechas ninguna muerte por inanición hubo de lamentarse. Pasados los años, los Catapuercas entraron en razón y vieron que ningún sentido tenía el enemistarse con sus vecinos Rojos. Empezó así una colaboración entre las dos familias, que ha perdurado hasta hoy, y que todo Ciménade agradeció, bueno…casi todo. En su odio y cerrazón, los negros Estúltez se aislaron en sus tierras, creyendo que el paso dado por los Catapuercas era un signo de debilidad y sobre todo una traición imperdonable. Durante una larga temporada —muchos dicen que más de dos años— nadie supo nada de la familia Estúltez. Sus campos sin trabajar se convirtieron en nidos de zarzas y culebras, igual de sombríos que ellos.

Justo una semana antes de que se hiciera de noche, aquel domingo a las diez de la mañana en el que el cielo nos bendijo con la santa lluvia, se empezaron a ver después de mucho tiempo sus largas cabelleras negras como el azabache. Pequeños ejércitos de hormigas que sin descanso, de sol a sol, quemaban la maleza y segaban los campos. Huyeron las culebras para que las víboras volvieran. Con el mismo ímpetu y frenético trabajo, construyeron sistemas de regadío, aljibes, pozos y albercas. Se les vio en varios comercios —tanto en el pueblo como fuera— desembolsar importantes cantidades de plata y joyas pertenecientes a la familia, para comprar el poco ganado que en la zona había, así como los aperos necesarios para arar y trabajar la tierra. No repararon en gastos para hacerse con las hortalizas que raquíticamente crecían furtivas en los patios traseros de las casas. Se hicieron con todos los sacos de arroz y legumbres; todas aquellas familias que durante tanto tiempo habían conservado aquellos fardos con la esperanza de que llegado el día se obraría el milagro, cedieron una tras otra, obligadas a vender por el hambre. El vil metal suplantó las semillas, la necesidad les hizo perder la fe, serían otros quienes verían crecer en el verde brote su esperanza perdida.

—¿Y qué hay de la mujer? —interrumpió Praxíteles, al que la historia hacía ya tiempo que había dejado de captar su atención —me abuuuurro, esto solo lo arreglan un buen par de tetas —y rió entrecortadamente emitiendo un sonido para el que solo él y los cerdos estaban capacitados.

—Ya, ya… tenga paciencia, la historia —al menos esta— toca a su fin—. Se rascó las orejas con sus patas traseras y se dispuso a, como había prometido, encarar la recta final de su narración.

Transcurridas las dos semanas durante las cuales los negros Estúltez habían realizado con recelo y presteza sus extrañas actividades, el cielo se abrió para teñirse de negro y los truenos y rayos acompañados de una fuerte ventisca trajeron consigo una fuerte lluvia. Tres semanas sin parar de llover, tres semanas de torrentes y campos anegados, todo quedó cubierto por el barro y tal como había llegado, se fue. Un día se abrió de nuevo el cielo, la luz ocupó su lugar y las oscuras nubes se perdieron en el tiempo. Bien pronto se pudo ver quiénes de entre todos, pese a la euforia inicial que consigo trajo la lluvia, habían sido los grandes beneficiados.

—Los Estúltez, claro… —le contestó Praxíteles, que se había reenganchado al hilo tras la promesa de la inminente aparición en el relato de una mujer.

—¡Exacto! —parecía que su señor le prestaba finalmente la debida atención y eso le animó a continuar con mayor ahínco, redoblando el uso de las pausas dramáticas, y declamar en vez de contarle la historia como hasta ese momento—. Sus otrora campos baldíos comenzaron a lucir un verde intenso del que manaban ricas hortalizas, exuberantes árboles frutales y extensos arrozales. Los Bermutillo y los Catapuercas, que habían conservado parte de las semillas que no vendieron a los Estúltez, no entendían por qué de sus campos no crecía nada. Tras las lluvias, el barro seco los había cubierto de una capa negra como el alquitrán. Todo aquel que quisiera abastecerse necesariamente había de acudir a los Estúltez, y lejos de obrar como antaño lo hicieran sus vecinos, aprovecharon la carestía y su posición de privilegio para subir los precios.

Se dice que tras la muerte de la pequeña Enriqueta, alma cándida de siete años a la que sus padres no pudieron comprarle ni una pizca de pan que llevarse a la boca, que esa misma tarde, un joven pastor y su hijo, la vieron llegar. Cuentan Salustio y su hijo Eulogio que, antes de ver cómo una silueta se acercaba desde el norte, pudieron percibir unos destellos de luz, y que tras esa ráfaga apareció una mujer cubierta tan solo por un chal de macramé blanco. Iba descalza y más que andar parecía levitar. Con inquietud pero sin ningún temor esperaron a que llegara. Padre e hijo quedaron sorprendidos por la belleza de aquel rostro de intensos ojos verdes y por su corta estatura.

—¿Una enana? —musitó para sí, mezclando la perplejidad y el morbo a partes iguales.

—Nada se dijeron los tres al cruzarse —continuó Golondrinos que no había escuchado a Praxíteles— y según Eulogio, cuando, recuperado de la conmoción que le produjo el verla, y estando ella ya a las puertas de Ciménade, le preguntó de pensamiento quién era, en su cabeza una dulce voz le respondió: la Reina blanca.
 
Mmm... veo que a nadie le ha parecido nada.
Si alguien lee estas palabras y sobre todo, las de más arriba, que no se corte. Cuando el libro esté editado ya no habrá solución :rolleyes:
 
Praxíteles se limitó a asentir, así que el caniche continuó con su relato, explicándole que los Catapuercas tenían una frente prominente con el entrecejo profusamente poblado y su color era el amarillo; que los Bermutillo lucían el rojo, eran de blanca piel, nariz aguileña y grandes ojos saltones y que los Estúltez eran rencorosos y desconfiados, no en vano su color era el negro y se jactaban de que en su familia jamás hubo un hombre calvo, y por este motivo todos sus miembros lucían largas y oscuras cabelleras. Antes de la gran sequía, las tres familias, que poseían el ochenta por ciento de tierras que no eran ni de la Iglesia ni del Conde Germán el Conjugado, solían llevarse bastante bien y el statu quo parecía asegurado, afirmó el señor Golondrinos buscando la aprobación de su señor. Pero Praxíteles había dejado de escucharle. Toda su atención estaba puesta en su reloj Casio, que parecía haberse detenido a las diez en punto de la mañana, justo en el momento en el que entró en aquella mercería, aunque ahora aquel recuerdo parecía difuso y no acababa de materializarse con fuerza en su cabeza. El perro ignoró su desatención y prosiguió con su relato. Tras diez años sin que apenas lloviera, los Bermutillo, durante los tiempos de bonanza se habían preocupado de construir una serie de pozos y estanques y, tras cinco años sin que una gota cayera del cielo, sus campos fueron los únicos que a duras penas producían algo, un poco de trigo, garbanzos y olivos. Insuficiente para la gran demanda que había en la zona, pues si eran tres las grandes familias poseedoras de tierra, muchas más eran las gentes que trabajaban para ellos, para la diócesis o para el Infante Casiopeo Altamira —mano derecha del Conde Germán el Conjugado, y más malo que la víbora más mala, según la explicación de Golondrinos.
Aquí, cuando empieza a contar lo que hacen los personajes te fal ta un guión, y poner otro al acabar de contarlo.
—siempre han sido gente de noble corazón y espíritu—
¿No iria entre Comas en vez de guiones?
¿Que es eso? Jaja


No está nada mal, es verdad que sin saber el principio del libro, hay cosas que no se acaban de entender.
Pero me ha gustado.
 
Mmm... veo que a nadie le ha parecido nada.
Si alguien lee estas palabras y sobre todo, las de más arriba, que no se corte. Cuando el libro esté editado ya no habrá solución :rolleyes:
Lo tienes por ahí para leer con calma, no tengo mucho tiempo por el trabajo :wink:
 
Aquí, cuando empieza a contar lo que hacen los personajes te fal ta un guión, y poner otro al acabar de contarlo.
Muchas gracias por responder a mi llamada xd.
No puse guión porque la descripción la hace el narrador en boca del que describe a los personajes, si hubiese sido el perro el que la hubiera hecho sí que lo llevaría. También aprovecho para comentar que al pasar el documento aquí, los sangrados después del punto y aparte y después de los diálogos, no quedan registrados.
No obstante se lo comentaré al coautor de la novela.
¿No iria entre Comas en vez de guiones?
Las comas se pueden substituir por guiones, sobre todo cuando se quiere apostillar algo. Personalmente creo que su uso puede aportar mayor fluidez.
¿Que es eso? Jaja
otrora
De otra hora.
1. adv. cult. En otro tiempo, en un tiempo pasado.
No está nada mal, es verdad que sin saber el principio del libro, hay cosas que no se acaban de entender.
Pero me ha gustado.
Me alegra que te haya gustado. Sí, la historia es un poco compleja, a ver si cuando la tengamos —es una historia que estoy escribiendo con un amigo—, puedo explicar algo más. Aunque no descarto hacer algún que otro avance por aquí :picaron:


 
Escribes súper guay @Desenfocado . He de decir que tengo que volver a leerla nuevamente para pillar los detalles pero... Me encanta bravo :aplausos:
 
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