Duathor
Usuario veterano

Me dijeron que hiciera una lista de pensamientos positivos que fuera teniendo. Lo primero que hice fue preguntarle: ¿de dónde los saco? En mi mente nublada, donde prácticamente a diario estalla una tormenta. ¿De aquí tengo que obtenerlos?
Cada vez que pienso en el tema no me cuesta nada relacionarlo con arcoíris, unicornios, y el positivismo tóxico que ha entrado con fuerza en nuestras vidas. ¿Sé tu mejor versión? ¿A quién demonios se le ocurrió semejante estupidez? Qué somos, ¿personas o cosas?
Este texto puede resultar desagradable para algunos. Si es así, simplemente dejad de leer.
Me siento muy cansada de luchar contra el demonio que quiere llevarse mi vida. Tengo mucha rabia en mi interior por todos y cada uno de aquellos que me hicieron daño. La tristeza se une a la banda, y lo hace haciendo acto de presencia en todo mi ser, empezando por la mirada, pasando por la garganta y terminando en un corazón que se ve obligado a latir más rápido, porque sí, hay más personajes en esta historia.
Ansiedad. La ansiedad que es tan necesaria a veces, pero tan increíblemente destructiva cuando pierdes el control de ti mismo.
Y me siento tan estúpida por haber querido ser normal, por haber querido encajar, por necesitar ser una más. Lo intenté en numerosas ocasiones, pero siempre he sido rechazada.
No, esto no es el relato de una victimista. Es el relato de alguien que ya no sabe de dónde va a sacar fuerzas para, simple y llanamente, continuar aquí; para mantenerse en pie pese a los fuertes vendavales que me azotan a diario.
Y lo voy a decir yo también. Tristeza no es depresión. Esta última te puede quitar las ganas de luchar. Te arrastra hasta la cama, y sientes que un millón de puñales se te clavan en el pecho. Ahí es cuando necesitas con desesperación algo o a alguien para que disminuya la tensión.
Lo peor no es eso. Lo peor es que si te pilla débil (o mejor dicho, más débil de lo habitual), tu parte oscura despertará y, de nuevo, dudarás de si volverás a ver el sol al día siguiente.
Esto es duro y difícil de escribir, imagino que también de leer. Pero a menudo intento transformar el dolor en textos para que no se me quede dentro. Esta ha sido una batalla ganada, una de pocas cuyo alivio que deja se mantendrá unos segundos.
En nada regresará el llanto, la desesperanza, y ese vacío, ese hueco que me presiona el pecho a diario. Esos puñales que se clavan cada vez más adentro.
Y yo… no sé qué hay de mí. Ahora trato de no escuchar a la mente, porque está envenenada, sino de prestarle atención al cuerpo. A menudo es difícil, porque ese es un veneno que te atrae una y otra vez, como la miel a las abejas, o el chocolate a los niños.
A veces, y como dice una canción, me gustaría arrancarme el corazón porque así dolería menos. Por fortuna, y por ahora, aún puedo mantenerlo protegido, no sé hasta cuándo porque voy al día, y eso ya es mucho para mi presente.