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Ironía

Vienes de allá. Te encontraste abajo, sumergido, profundo. Quien suponías que era tu apoyo, en realidad, queriendo o sin querer, era un eficaz lastre. Pero, por entonces, no lo entendías. Estabas siempre ocupado intentando recuperar lo que se había roto. Sin saber cierto si alguna vez no lo estuvo. Te obcecabas, incluso pretendías recordar la dicha. Fuiste prolijo en estrategias de sanación. Por fin, cuando ya era evidente, al menos supiste aceptarlo. Algo es algo. Las estrategias, a partir de entonces, iban a tener que ser por recuperar algo de tu identidad. Fue un duro y solitario trabajo. De entre todas las cosas destruías estaba tu red social. Completamente solo y con tus limitaciones en cuanto a pedir ayuda, te sinceraste, luchaste y sufriste a partes iguales. La cosa, muy poco a poco, fue siendo menos dramática.

Desde entonces te cuidas. Días mejores y peores, casi siempre soportables. Empiezas a conocer gente en tu situación. Compañeros de salud mental. De tanto en tanto conectas con alguno. Con muy poco ya sabéis que se está desarrollando una amistad. Con ellos es fácil, por el respeto que te merecen sus dificultades y, crees, por el respeto que las tuyas les infunden. Ya os llamáis, los más allegados, para tomar café. Ya detectan cuando estás algo tocado. Ya os interesáis los unos por los otros de esa manera cordial y desenfadada de cuidar.

Aparece la asociación. Te involucras. Piensas que tu vida se está abriendo demasiado rápido. Ya no tienes un estrecho control sobre cada paso. Tocas sin partitura, de oído. Por supuesto, vas con tu mejor intención. Y, para que luego seas cínico, saben apreciarlo. Vaya, ya estás en la junta, con otras tres personas. ¡Oh, qué vértigo, cuánta responsabilidad! ¿O el vértigo es la lyrica?

Construyendo, construyendo. Página web, comunidad, mindfulness, grupos gam... entusiasmo. Discreto, pero real. Desde el principio estás trabajando codo con codo con esa chica que tanto te asombra: es ingeniera de caminos -olé sus ovarios- e inteligente como ella sola. Te sientes rodeado de personas próximas. Sensibilizadas. Estás cómodo. Inaudito. Un día malo la llamas con la intención de tomar café y consultar su opinión sobre tus problemas. No te das cuenta del matiz hasta la oyes, en medio de la negación, decir la frase: "no te conozco de nada". No-pasa-nada -piensas. Me he extralimitado, me ha malinterpretado, ¿qué más da? Hay trabajo que hacer y somos un gran equipo. Adelante. No pienses más en ello.

La presidenta, ese merenguito de persona que te salvó la vida, está pasando una crisis jodida. Su trabajo no lo podéis hacer los demás porque tiene unas dotes para extraer información a todo lo ancho de la complejidad de cualquier laberinto que es indescriptible. Pero lo primero es lo primero y necesita tomar distancia una temporada. Allá que vamos a hacer, con lo que tenemos, lo mejor que podamos. En éstas llega una segunda persona de altas capacidades. Desde el principio parece demostrar interés en ti. ¡Qué va! ¡Esta vez no te vas a dejar engañar por tus preconcebidas ideas machistas! Ni puto caso. Trabajo, trabajo.

Y más trabajo. Pero te aborda. Te dice que te quiere conocer. Quedáis, porque se empeña, el martes por la noche. En su casa. Tú estás decidido a no pasar por otra situación violenta. Dices a todo amén mientras vas negando mentalmente. Llega el día. Todo es perfecto. El diálogo una pasada. El perro aún mejor. Alguien percibe a tu persona de forma íntegra. Se hace tarde. Te vas no sea que cierre el metro. En la puerta no quieres procesarlo pero percibes cierto gesto de decepción. Le besas muy delicadamente la frente. Estupendo, pocos pelos te has dejado en la gatera.

Pero vuelve a la carga. Te aborda. Volvéis a quedar. Todo se desliza delicadamente, como el cortador de pizzas sobre su mesa. La conversación se posa en vuestras anteriores parejas. A ella la manipularon. Ahora le cuesta confiar. Necesita tiempo. Y te lo dice por algo. O anecdóticamente. Jo-der. A estas alturas tú estás, cuanto menos, interesado. No hay problema, no tienes ninguna prisa. Si bien tú no tienes problemas de confianza, tampoco estás, precisamente, indemne de tu última experiencia. Intensa comunicación. Noche memorable. Se hace tarde, que si el metro... esta vez la abrazas y te vas.

Festival de blues de Cerdanyola. Que si querías ir con ella. ¡Pues claro! Vas a su casa en metro. Te lleva en coche allí. Asqueroso alcohol. Conversación muy intensa sobre cualquier tema. Amistades de ella. Todas encantadoras. Todos estáis muy cómodos. Os volvéis a quedar solos. Terraza de un bar. Surge, como el elefante blanco, el tema "vosotros". Ella y tú. No puedes creer que oigas la frase "No me conoces para nada.". "Que yo no creo en las emociones.". Esta vez no puedes soportarlo, te levantas y vas a la estación de tren disimulando tu afectación. A ver si consigues volver a tu pueblo. Encogido. Toma. Gragea de modestia. Esto te pasa por engreído. ¿Todavía piensas que alguien se puede interesar por ti?

Escribes, escribes, escribes. Alguien se te acerca para decirte que le gustan tus mierdas. Te pasa el número de teléfono. Le preguntas a qué hora la llamas. No, por teléfono no, "no te conozco de nada".

Estás convencido de que te has vuelto loco. Ya no entiendes nada. "me cuesta confiar, necesito tiempo" ahora significa "no creo en las emociones, no pierdas el tiempo". Después alguien te da su número de teléfono para que no llames. Decides subirte un poco más la lyrica. Quizás no deberías aceptar con naturalidad tus emociones, aprende de una vez. Capullo.
 
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