Cuentos...tenéis alguno escrito?Yo quiero compartir algunos con vovotros

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Merchehaydee

EN EL CIELO HAY UN JAMON…

Cuando mi madre murió, y hace ya 10 años, pensé que nunca sentiría un dolor tan lacerante, un llanto tan incesante. No sabía yo, con mis ya cumplidos 33 años que la vida es una lucha constante y que otros vendrían que me harían llorar mucho más.
Todo empezó una tarde de invierno. Sentada ante el ordenador de la oficina abrí mi correo como hago a diario y me sorprendió un mensaje de un chico que quería conocerme; era una página de solteros, de esas a las que yo me había negado siempre a suscribirme por la frialdad del contacto y porque realmente nunca lo había necesitado. Pero esta parecía divertida, se organizaban viajes, paseos de senderismos, comidas de amistad, y yo estaba muy necesitada de conocer gente nueva. Abrí el mensaje y vi su foto. Me sorprendió que tras de si hubiera altas estanterías de libros, era como yo un lector ávido, y su semblante parecía sereno, noble, bueno, por chatear un rato y conocer un poco más de él no iba a pasar nada.
Así que dejé los expedientes a un lado, cosa inusual en mí, y decidí que esa tarde la iba a aligerar de trabajo, por lo menos, durante un ratito. Contesté a su saludo y enseguida respondió. Ahora no recuerdo apenas de que hablamos, lo que si quedó nítido y transparente en mi cerebro fue la fluidez y simpatía de la conversación, lo fácil que nos resultó entablar un delicioso diálogo sin conocernos de nada. Teníamos muchas cosas en común pero sobre todo que los dos éramos de la misma ciudad, que estábamos solteros, que queríamos hacer nuevas amistades y que nos encantaba la literatura. Yo por lo menos así lo creí. No supe hasta mucho más tarde que había sido la única que le contestó de 94 mensajes iguales que había mandado. Pero esa fue una de tantas de las mentiras que me contó.
Nuestra amistad fue pasando poco a poco del chat al teléfono y de ahí a la primera cita, un almuerzo en un discreto y agradable restaurante japonés que se dilató con varios tés hasta las ocho de la tarde. A esa hora yo consideré que para una primera vez ya era suficiente y le dejé muy claro que yo no buscaba pareja sino un amigo/a con quien compartir mis pasiones, el cine, los toros, los viajes, los paseos y los libros. Qué atento, educado y formal era Samuel. Atractivo y tímido, algo que yo interpreté como una hermosa caja de sorpresas sin descubrir.
A esa cita siguieron otras, en las que cada vez nos abríamos más el uno al otro, había sido larga nuestra soledad, él por enfermo, yo por adicta al trabajo, y conocernos fue el soplo de aire cálido que nuestras vidas necesitaban.
Samuel compartía conmigo la misma escala de valores, las risas, el gusto por la buena mesa, aunque he de decir que poco a poco le fui cambiando el aspecto a mi dulce galán porque sus ropas y zapatos estaban muy limpios, pero anticuados y viejos. Mi Samuel comenzó a adoptar una de mis costumbres favoritas, el cuidado de uno mismo, la coquetería.
Yo siempre he pensado y lo mantendré hasta la muerte que Dios nos dio un interior y un envoltorio y es preciso y precioso cuidar de los dos, con el mismo mimo y amor. Así que empujada por una ilusión inusitada, un corazón que despertaba a la primavera del amor, me lancé a las hermosas calles de mi ciudad dispuesta a agasajarle con ropa, perfumes y cosmética masculina de última moda. Feliz y radiante se mostró mi Samuel cuando lo vio todo y contempló la imagen de un desconocido, más joven, más moderno, emocionado y agradecido. Para mí su sonrisa valía más que todo lo que me había gastado. Mi pobre niño no había tenido nunca ropa que le favoreciese porque durante muchos dolorosos años le habían considerado el tonto, el loco de la casa, el que nunca se casaría, el que dejaría sus ahorros y su pensión de minusválido para las arcas familiares. Pero llegué yo. Con toneladas de amor, con una fe ciega en que mi niño iba a crecer y a madurar y a vivir, porque le estaban dando una muerte en vida.
No me importó su minusvalía del 68%, no me importó que no supiera hacer nada porque siempre le habían dicho que no podría jamás curarse. No. Me negué a admitir que Samuel no tenía derecho a una vida digna. Y se la di. Samuel era y es un chico muy culto, es licenciado en Derecho y Diplomado en Filología Clásica, es un amante del latín y un erudito, pero nunca le habían dejado expresarse, todo lo que había oído en su triste vida, por parte de su familia, fue un desconsiderado ¿por qué no te callas ya? Eres insoportable, no te aguantamos, te padecemos. Así fue como me convertí en su más ferviente interlocutora, en su público más agradecido; así fue como conoció el placer de reír, de sentirse a gusto consigo mismo. No fue fácil, es cierto. Tuvieron lugar muchos talleres de Yoga, de Autoconocimiento, clases de chiqung y terapias positivas. Eso y una rica y variada alimentación, junto con las toneladas de cariño que yo le daba convirtieron a el que ya no es mi Samuel en un ser entrañable y capaz de comerse el mundo, de ponérselo por montera. Viajamos al extranjero, practicó su francés e italiano pues habla con inusitada fluidez ambos idiomas, además del alemán.
Todas las noches le recordaba su medicación porque a los meses de conocernos, Samuel se vino a vivir conmigo, tuvo su primera tarjeta de crédito en sus largos 40 años y dispuso de una libertad plena que no conocía. Yo sabía que no podía pedirle mucho, que no estaba capacitado para muchas cosas ni lo estaría nunca, que albergaba en su interior un enorme rencor, atesorado con los años y las vejaciones recibidas, que yo endulzaba cada vez que podía. Yo sabía que nunca podría conducir un coche pero siempre le prestaba el mío en tramos fáciles; sudaba, temblaba, nos reíamos y, al final su afán de superación me enternecía tanto que día tras día crecía como una bella cala mi amor por él.
Pasó el tiempo y muchas noches a la luz de la luna, muchos paseos por la playa, muchos abrazos, tiernos, en los que yo me reclinaba en su hombro y me sentía la mujer más feliz del mundo. Fue entonces cuando decidimos materializar nuestros sueños: casarnos, comprarnos una casa, elegir los nombres de nuestros futuros hijos y con gran emoción comunicamos esta alegre decisión a ambas familias. La mía lo recibió de muy buen grado, la suya volvió el gesto como si la buena nueva no fuera con ellos. Así fue como Samuel se dio cuenta de que su familia no lo quería ver feliz. Sufrió un enorme desengaño pero nuestra felicidad era más grande y no nos importó, así que seguimos adelante con nuestros planes. Fijamos la fecha de la boda, encontramos una maravillosa casa y contratamos una weeding planner porque entre mi trabajo y las limitaciones de Samuel era imposible que yo cargara con una responsabilidad más.
Pensamos en todos. Incluimos en nuestro proyecto hasta a aquellos que nos habían despreciado. La casa con jardín y piscina y un gran sótano para festejar con la familia. El lugar de la boda un fastuoso cortijo andaluz con iglesia y capacidad de alojamiento para 30 personas además de nosotros. ¡Qué felicidad! Nuestros seres queridos podrían dormir allí y compartir con nosotros nuestro primer desayuno de casados. También pensamos en soltar mariposas que es mi insecto preferido y siempre, no sé por qué, las he asociado a la buena suerte. Nuestros recordatorios los misales con las lecturas elegidas por Samuel, que de eso y de música sabe mucho, así que repartimos tareas, firmamos las escrituras de nuestra nueva casa, de nuestro hogar, del lugar donde crecerían nuestros hijos, pusimos fecha de boda, el 12 de octubre y comenzamos a comunicarlo a todos, esperando una respuesta positiva y una gran alegría. Pero no fue así. Aquí empezó el declive de nuestra relación, mis llantos, peleas que nunca antes habíamos tenido, situaciones humillantes de su familia hacia mí, que Samuel sufría, en menor medida, pero se sentía atrapado entre la espada y la pared.
Nadie nos felicitó, nadie nos dio la enhorabuena, nadie quiso compartir nuestro gozo. Su familia comenzó una feroz batalla que aún no ha terminado, contra mi y mi querido, adorado, lindo Samuel que me dejó, se fue, eligió a aquellos que habían sido sus carceleros y permitió que rompieran nuestras vidas. ¿Por qué? Por miedo, un temor desaforado a quedarse desprotegido, un terror que lo volvió loco y reinventaba situaciones deformes que su familia le contaba de mi. Se hizo eco de todas sus mentiras, fue cómplice de la guerra legal, desconfió de mí y dejó de respetarme para siempre. Y, por supuesto, su corazón dejó de latir por mí. De su amante, su amiga, su confidente, su compañera, su otro yo pasé a ser nada más y nada menos que su enemiga.
Aún hoy, que han pasado los años me sigo preguntando tantas cosas…fue, sin duda, la maldad, la codicia y la envidia de su familia, hay mucha gente que es capaz de matar por la felicidad de otro. Hay padres, hermanos, desnaturalizados, inmorales, que, ante la posibilidad de perder los “beneficios fiscales, ayudas, etc” que genera un desvalido minusválido como mi Samuel son capaces de hacer cualquier cosa.
Yo no me he presentado, me llamo Olalla, vivo en la casa que soñamos para los dos, no he rehecho mi vida con nadie, pues creo, aunque nunca se sabe, que es difícil amar más de lo que yo lo amé. Acaricio con nostalgia nuestra colección de peluches, soy incapaz de ver una de nuestras películas favoritas, algunas noches aún alargo la mano y pienso Samuel no está, habrá ido al baño, entonces me despierto bañada en lágrimas, sabiendo que nunca estará. Sabiendo que dejamos nuestra vida sin terminar: sitios soñados a los que nunca viajamos, libros compartidos que nunca leímos, comidas inventadas que jamás paladeamos, mi vestido de novia, que yace dibujado en un papel de seda, cuántas cosas…
Y Samuel, una vez su familia lo separó de mi lado, lo incapacitaron judicialmente, por un lado para deshacerse de él y por otro para reclamarme a mi un dinero, porque alegaban que era la firma de un incapaz. Lo recluyeron en un hospital psiquiátrico y hoy, se pasa todo el día sentado en un banco con un libro en la mano que nunca lee porque piensa que está prohibido, babeando pues está muy sedado para que no llore y, aunque nunca habla, a veces se le escapa entre suspiros Fragolina, mi Fragolina, que es el apodo cariñoso que me puso en nuestra querida Sicilia cuando me pidió en matrimonio.
Ellos piensan que han ganado la guerra pero no es así. Yo soy dichosa cultivando mi jardín y recordando los momentos felices y Samuel, a su manera, ha dejado de sufrir.
La vida es dura pero muy justa y los que nos hicieron tanto daño hoy no están, jamás pudieron disfrutar del dinero robado, de la libertad coartada, porque graves enfermedades hicieron de su muerte una lenta agonía. Y los que quedan ni entre ellos se hablan, andan dispersos por el mundo, idos, conscientes de ese karma que jamás los dejará estar alegres y satisfechos.
Tan sólo una vez visité a Samuel, me senté a su lado, en el banco del jardín, le tomé la mano, encallecida de tanto lavársela porque su minusvalía era un trastorno obsesivo compulsivo que le llevaba a lavarse continuamente. Recordé la tersura de cuando esa mano estaba conmigo, tranquila, serena y no se lavaba tanto. Entonces me miró y en su enajenación una lágrima corrió por su mejilla, mientras en sus labios se podía leer entre susurros, Frago, Olallita mía, siempre te he querido. Me quedé un rato a su lado, en silencio, lo besé con toda mi ternura y nunca más volví, pero sé, porque creo en Dios y Samuel también, y en la otra vida, que más allá del Edén nos espera una felicidad para siempre donde nunca nadie nos molestará.
 
Gracias por compartir con nosotr@s @Merchehaydee ! Esperamos que nos escribas más cuentos. Yo colgué algunos de los que tengo en el blog que hay en el foro. Un saludo y un abrazo.
 
Tengo el placer de leer cuentos de Carmina Vallverdú Del Olmo , y este en concreto quería compartirlo con vosotros. Me parece muy acertado, y muy bueno. Deseo que os guste
EL MIEDO Y LA VALENTÍA
Un buen día se encontraron cara a cara el Miedo y la Valentía.
El Miedo le dijo a la Valentía sin atreverse a mirarle a los ojos:
-Por tu culpa vivo encerrado en el interior de muchas personas a las que tengo esclavizadas y aterradas. Soy la represión de todos sus deseos y sueños. Nunca se atreven a liberarme y a tu lado son tratadas de cobardes.
La Valentía sorprendida del discurso del miedo contestó con determinación:
-Hermano, tú y yo tenemos la misma sangre. Yo no soy la ausencia de ti sino que tú también vives en mí, pero me armo de valor para transformarte en coraje. Y encima piensas que soy una imprudente. Tú y yo nacimos para una misma función: hacer conscientes a los Seres Humanos de su condición y de su capacidad de superarse. Tú les haces ver sus limitaciones y yo sus horizontes. Ambos cumplimos la tarea que se nos encomendó. Imagina una sociedad sin miedos: sería como una jungla donde nadie respetaría a nadie y donde cualquier hombre cometería la mayor de las barbaries porque el Miedo otorga un halo de respeto a la acción humana sea buena o mala.
El Miedo aliviado preguntó:
-¿Entonces no soy tan malo como pensaba?
La Valentía expresó interpelándole:
- ¿Y tú crees que estoy loca por dar a la gente esa fuerza que necesitan para superarse?
El Miedo temblando ante la Valentía le suplicó:
-Llévame contigo, por favor. Me esconderé en tu regazo y juntos nos potenciaremos. Tú me transmitirás coraje y yo te aportaré un poco de sentido común.
A partir de aquel día el Miedo y la Valentía nunca se separaron.
Cada vez que sientas Miedo y pienses que ese Miedo te va a comer vivo, no olvides que dónde está el Miedo está la Valentía y que sabrás sacar tu coraje para hacer de la Valentía tu valor y del Miedo tu protector.

Carmina Vallverdú del Olmo
 
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