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Anier

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Usuario eliminado 17214

Os dejo este relato que he terminado de escribir hoy. A ver que os parece!


La marea golpeaba el muro de rocas, como intentando derrumbarlo, pero sin éxito. El cielo pasaba de un azul claro a un naranja cálido. El sol se escondía lento al fondo. Ella se rascaba la pierna entrecruzada mientras se sentaba en lo alto del muro. La brisa hacía danzar los pelos, los cuales eran de un tono rojo. Sus ojos ovalados pero grandes, iris de color oscuro. Labios carnosos que se mordía con esa pequeña boca. El brazo izquierdo acomodaba el lado derecho de su chaqueta tejana, la cual escondía su camiseta blanca con esas enormes letras en negro. Se levantó, y se sacudió el polvo de sus pantalones tejanos en los cuales se hallaban unos rotos típicos de la moda actual. Las zapatillas eran sencillas y de color blanco, con una línea negra zigzagueando a lo largo de ellas.





Anier, sentía una tranquilidad casi zen. Cerraba los ojos a veces para sentir la brisa. Momento que necesitaba profundamente. Cuando el sol terminó de desaparecer y la noche dejó un cielo oscuro y estrellado, se levantó de golpe acomodando su chaqueta de nuevo.


De camino a casa, por las calles de la ciudad, un sentimiento de inseguridad la abrumó al ver que nadie quedaba a la vista. Se agarró la chaqueta con las dos manos como si el acto le diera confianza. Durante todo el rato que tardó en llegar a casa, estuvo llena de dudas, aunque estaba acostumbrada a ese miedo nocturno.





Al llegar, abrió la puerta principal, no haciendo mucho ruido con las llaves y de forma lenta. En el sofá, la madre la esperaba con una cara de enfado importante. Un sonido de algún programa de televisión se escuchaba a un volumen comedido. La tensión por un momento aumentó en silencio. Los ojos de la madre empezaron a transmitir inquietud.





—¿Sabes que hora es? Últimamente, llegas muy tarde a casa, a saber lo que haces.





—Siempre te estás preocupando, pero no soy una niña indefensa.





—Es que ni siquiera me avisas que llegaras tan tarde.





—Estoy bien, no es para tanto.





La madre se quedó en silencio mostrando una cara de enfado y girándose para ver la televisión. Anier se fue hasta su habitación, con un nudo en la garganta y un no parar de pensamientos. Los cascos puestos de inmediato, enchufados en su teléfono mientras escuchaba a su grupo favorito, Grime City Rebels era una banda de rock alternativo que mezclaba grunge con grandes dosis de melodías a piano de fondo. El cantante destacaba por rasgar su voz en algunas ocasiones con muy buena técnica.





Las vueltas que daba por la habitación eran constantes, tarareando algunas de las estrofas de las canciones. Una de las canciones trataban el duelo de un ser querido. Esta era especial, le recordaba a su fallecido padre. Lágrimas brotaban al pararse en seco en ese mismo instante. Las mejillas enrojecidas y las pequeñas venas de los ojos inflamadas.





Al día siguiente, detrás de la barra del bar, se encontraba Anier. El estruendo de la gente y la música hacían del ambiente un caos. Sirvió algunas bebidas y tapas en las mesas correspondientes. Con cierta lentitud dado el agobio que sentía en ese instante. El jefe, un hombre llamado Carlos, se acercaba a ella con cara seria.





—No eres rápida, se te están acumulando los pedidos. —dijo resoplando sin disimular ni una pizca su enfado.








—Lo hago lo mejor que puedo, déjame trabajar tranquila.





Anier se dirige a la barra de nuevo, ignorando a su jefe para poder seguir con el trabajo. La expresión de Carlos era cada vez más seria y durante unos minutos no dijo nada, pero acabó acercándose de nuevo.





—Eres una inútil, no sirves ni para ser camarera. ¿Me oyes?





—Que te den, soy mejor de lo que piensas.





—¿Así? Con que esas tenemos, ¿no?





—Estoy arta de que siempre me menosprecies. —la voz de Anier se mantenía en un tono bajo pero firme. —Si tan descontento estas, búscate a otra.





—Vale, pues mañana ya no hace falta que vengas a trabajar. Termina tu turno y vete a llorar tus derechos por ahí.





Carlos se retiró y los ojos de Anier se humedecieron bastante, algunos clientes la consolaban con palabras, pero esta intentaba minimizar lo ocurrido. Las manos le temblaban al recoger mesas, o al traer bebidas a las mesas. Aun así no se le caía nada al suelo, demostrando que valía para el trabajo.





Al llegar a casa con el cielo oscuro y estrellado, los miedos volvían a florecer. Su madre seguía en el sofá viendo la televisión. Anier entró haciendo el mínimo ruido posible. Su madre giró el cuerpo hacia ella.





—¿Cómo ha ido el trabajo hoy?





—Bien, bien. —pronunciando con cierto temblor en la voz.





—El jefe ese que tienes, ¿te ha molestado? Creo que no te gustaba mucho su actitud.





Anier tragó saliva, y su mirada se volvio melancólica.





—¿Qué te pasa Anier? —dijo con un tono de preocupación.





—Eso me gustaría saber a mí. —la voz se le rasgó por el llanto que quería salir. —qué narices me pasa.





—¿Pero mujer, tan mal te ha ido?





—Fatal, me ha ido fatal. Me ha despedido el muy sinvergüenza. —dijo entre llantos.





Su madre se levantó y la abrazó fuerte. Los gritos de desesperación de Anier se chocaban con la ropa de la madre. Las complicaciones se fundían en momentos ligeros. Aumentaban con el paso del tiempo, aunque la fortaleza habitaba en ella misma. Esa noche visitó el muro de rocas y el mar parecía que quisiera alcanzar a Anier. La mente con dolor; una emoción que formaba una herida entre errores del pasado.





La culpa no es mía, la culpa no es mía... repetía para sí misma. Un chico joven y atlético se acercaba en su rutina deportiva. Al ver a Anier sentada yacercándose cada vez más al filo del muro, un sexto sentido gritaba fuerte dentro del muchacho. Anier se dispuso a saltar observando primero la altura.





—No, espera, no saltes. —dijo el chico con voz firme y decidida.





Anier se curvó hacia el chico.





—¿por qué no debería saltar? Nada tiene sentido.





El chico se quedó en silencio unos segundos.





—Pues por una sencilla razón. Una persona tan preciosa y hermosa, nunca debería marchitarse entre un oleaje de dolor y sufrimiento.





Anier se quedó callada mirando hacia abajo.





—Pareces buena chica, vamos ven y hablamos.





El chico le extendió la mano mientras le decía en voz baja que se llamaba Alejandro. Anier le cogió de la mano y se levantó con una sonrisa. Alejandro y Anier charlaron buscando puntos en común que encontraron. Y aun con las dificultades de la vida, juntos empezaron una relación amorosa. A veces paseaban cerca del muro y Alejandro cogía con fuerza la mano de Anier. Cuando todo parecía que iba a acabar, todo empezó, y de las cenizas salieron chispas de fuego eterno.
 
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