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Alexitimia: la incapacidad de conocerse a uno mismo

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Lluna

Alexitimia: la incapacidad de conocerse a uno mismo

¿Crees que conoces tus propias emociones? Cuando te enfadas, ¿sabes qué es lo que ha causado ese enfado? ¿Puedes identificar claramente cuándo y porqué sientes envidia, celos o resentimiento? Lo cierto es que la habilidad de conocerse a uno mismo pasa, de forma ineludible, por conocer sus propias emociones. Y no todo el mundo es capaz de hacerlo. Más allá de las diferencias lógicas entre casi todos nosotros, existe un trastorno que afecta a cerca de una de cada siete personas en todo el mundo y que les imposibilita identificar sus propios sentimientos así como expresarlos correctamente: se trata de la alexitimia.
Estadísticamente, la alexitimia es más habitual en hombres que en mujeres (y que de esto no se saquen conclusiones interesadas, que ya nos conocemos). El paciente que la sufre da la impresión de ser diferente, con claras dificultades para adaptarse a una sociedad que, nos guste a o no, está marcadamente condicionada por los sentimientos. Puede ser muy inteligente en otros ámbitos como los académicos o los profesionales, pero demuestra grandes dificultades para afrontar sus propias emociones y entender las ajenas.
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El alexitímico suele ser consciente de su ausencia de comprensión de los sentimientos, lo que paradójicamente le supone no pocos problemas emocionales (de hecho, esa autoconciencia de incapacidad emocional puede derivar a su vez en trastornos depresivos). Se da cuenta de que el comportamiento de los demás emite muchas señales relacionadas con sus sentimientos, como determinadas miradas, gestos, silencios o tonos de voz, pero no las puede interpretar. Ve una película y sabe que los personajes están sintiendo emociones como ira, odio, amor o sorpresa, pero es incapaz de entender la explicación a esas emociones. Sabe que una situación de peligro le debe provocar miedo, pero a su vez confunde ese miedo con otras emociones como la tristeza o el enfado o, incluso, las mezcla con diferentes sensaciones corporales y fisiológicas (sudoración, taquicardia, somnolencia, etc.). Y, además, no es capaz de expresar con palabras todos esos sentimientos, propios o ajenos.
Y, lo que es peor, se siente impotente para hacer algo por cambiar. Si ha acudido a un profesional, le han podido explicar que hay una anomalía neurológica subyacente (el sistema límbico, centro de gestión de las emociones, está deficientemente interconectado con la corteza cerebral, encargada a su vez del control y la planificación de la conducta). O le han podido explicar que el origen está en los primeros años de su infancia, cuando se está desarrollando el autoconocimiento del cuerpo y de las emociones. En esa época, es fundamental disponer de referencias externas que ayuden a entender y categorizar esas experiencias y que aporten el sentido a la vivencia emocional. Si el entorno no ayuda en esta tarea (por ejemplo, con padres que no enseñan cómo describir y comunicar las sensaciones físicas o que exigen reacciones contrarias a la que sería natural en una situación determinada), el niño acaba careciendo de herramientas para comprender sus propias emociones. Por, último, puede ser también el caso de haber vivido situaciones traumáticas que hayan provocado, a modo de defensa, una fuerte inhibición emocional.
Lo cierto es que la alexitimia es un trastorno que aún se conoce poco. El síndrome fue propuesto en 1972 por el psiquiatra israelí Peter Sifneos, tras ver muchos pacientes con trastornos psicosomáticos que tenían dificultades para hablar de sus emociones y mostraban una actitud rígida, centrándose en detalles concretos y sin hacer uso alguno de la fantasía. Pero, a día de hoy, ninguna de las teorías propuestas ha demostrado una validez completa y de hecho lo más posible es que el origen esté en varios factores concurrentes. En psicopatología es habitual que haya una predisposición biológica (con sus consiguientes fundamentos genéticos), que sin embargo no desemboca necesariamente en el trastorno salvo que la educación o el entorno empujen hacia él.
Muchos alexitímicos han logrado adaptarse a una vida más o menos normal, con estrategias como desarrollar un alto conformismo a reglas convencionales, lo que hace que su vida sea más predecible y las emociones a que estén expuestos resulten por lo tanto más sencillas y manejables. Prefieren hablar de actividades concretas en lugar de analizar sensaciones, dejan que los acontecimientos sucedan solos sin preguntarse por qué son de ese modo y no de otro, y eluden examinar sus sentimientos para resolver problemas personales. Pero todo esto les lleva también a establecer relaciones interpersonales estereotipadas, rígidas y sujetas a un patrón ficticio. Por ello, no es extraño que sean personas muy dependientes de otras, cuando no directamente aisladas del entorno.
En definitiva, un problema complejo y muy limitante. Reconozco que me siento afortunado de no estar en ese grupo, por mucho que a veces me hayan acusado de ser un insensible y de estar ciego a las necesidades de otras personas… Aunque, ahora que lo pienso, quizás se referían a otra cosa.
 
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